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El debate sobre el modelo energético está permanentemente en la calle: ventajas y desventajas del gas, carbón o petróleo, la controversia nuclear, la viabilidad de las renovables… Entre el aluvión de argumentos, he aquí un decálogo que explica la necesidad de las energías limpias en el marco de un modelo económico sostenible.
Las renovables no son un proyecto de futuro o un experimento: son una realidad, y progresivamente van aumentando su producción y cobertura. Según la Asociación Mundial de Energía Eólica, la potencia eólica instalada a nivel global a finales de 2010 totalizaba casi 200.000 MW, equivalentes a 200 centrales nucleares y capaces de producir el 2,5% de la demanda eléctrica en el mundo. En Dinamarca, la energía eólica cubre ya el 21% de la demanda de electricidad y en España y Portugal, el 18%.
Las renovables producen energía sin emitir gases de efecto invernadero, lo que las convierte en un aliado indispensable para luchar contra el cambio climático. Los gobiernos se ven abocados a avanzar en esa dirección por compromisos internacionales como el Protocolo de Kyoto, firmado por 200 países y que marca entre sus metas reducir al menos un 5% las emisiones entre 2008 y 2012 (tomando como referencia los registros de 1990), o por políticas supranacionales como el objetivo marcado por la Unión Europea de que esa reducción alcance el 20% en 2020. Recientemente la CE ha mostrado su deseo de que en 2050 la reducción de emisiones alcance entre el 80% y el 95% del nivel de 1990.
De ahí su nombre. Los combustibles fósiles, como el carbón, el petróleo y el gas no se reponen, mientras que el sol, el agua o el viento son fuentes de energía permanentemente disponibles.
La generación por renovables no ofrece riesgos para las personas ni para el medio ambiente, lo que supone una ventaja con respecto a las dudas que despierta la seguridad de la energía nuclear o la preocupación por la contaminación asociada al consumo de combustibles fósiles.
Agua, sol y viento son fuentes de energía accesibles para todo el mundo, por lo que la instalación de capacidad de generación renovable en cantidad y diversidad suficiente es una base de suministro autóctona para cualquier país.
Al ser un recurso autóctono, eliminan la necesidad de importar combustibles fósiles de los países ricos en gas y pétroleo. La importación de materias primas energéticas tiene costes económicos, y también, estratégicos. Una elevada dependencia energética del exterior puede arrojar incertidumbre sobre el suministro por problemáticas políticas o económicas de los países proveedores.
Las disputas sobre el control y la propiedad de materias primas, existentes en un reducido número de países, son una de las principales causas de conflictos territoriales y geopolíticos. Por el contrario, las renovables son un recurso distribuido, que evita esos problemas.
El coste de las renovables es previsible y planificable, únicamente sobre la base de las inversiones necesarias para explotarlas y no del coste de la materia prima. Los combustibles fósiles, y muy especialmente el petróleo, están sujetos a grandes oscilaciones que favorecen la especulación en los mercados y que rompen cualquier planificación.
Las renovables son fuentes de riqueza porque evitan importaciones y, por tanto, transferencias al exterior. Disponer de una materia prima básica como la energía asienta una base de competitividad para el tejido industrial. Por su naturaleza, las energías renovables activan el desarrollo en zonas rurales, favoreciendo una mejor vertebración del territorio, y pueden actuar como locomotora industrial y tecnológica en la economía. Todo ello, a la postre, permite crear empleo.
Sol y viento están disponibles sin coste, aunque hay que realizar inversiones y desarrollar tecnología eficiente para poder aprovecharlos como fuente de energía. El actual modelo económico está basado en combustibles fósiles, con una estructura de costes que no penaliza sus efectos medioambientales y que no es transparente en los incentivos recibidos. Las tecnologías renovables maduras, como la eólica, serían de hecho ya competitivas o incluso más baratas que otras fuentes, si éstas internalizasen todos sus costes ambientales.
España ha sido un país pionero en impulsar las renovables a través del marco regulatorio, y esa apuesta ha tenido sus frutos, convirtiendo las renovables en una alternativa real para reducir la dependencia energética de otros países, que aún supera el 80%, y generando tecnología e industria exportadora.
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